Miercoles 16 de Enero del 2013 |
1-7 / Diciembre / 2012
Gerardo Sigg
Symploké
Gerardo Sigg

Ciudad (h)ojaldre II o la ciudad de los arquitectos

El Plan urbano esboza ideas, modelos de la ciudad que se alimentan del entramado superpuesto de la ciudad hojaldre, histórica y socialmente construido y del discurrir y transcurrir demográfico, social, económico y político en la Ciudad.

Sus designios se integran a la estructura histórica de la ciudad, como superposición temporal de capas-modelo de ciudad, en un proceso de implantación territorial que transforma-forma y deforma y, en algunos casos afortunados, informa a la ciudad-: las estructuras de relaciones socio-económicas física y espacialmente construidas; las dimensiones y escalas zonales y lineales; las proporciones e intensidades de aglomeración y dispersión del territorio; los nodos o mejor dicho, nudos urbanos y puntos simbólico-emblemáticos y zonas abyecto-degradadas; las (infra)estructuras y vectores urbanos para los medios de transportación de bienes, información y personas que recorren la ciudad, dándole forma; las relaciones de proporción, dimensionamiento y función entre los componentes estructurales de la ciudad (infraestructura, estructura y superestructura), en una superposición evidente y, en sólo algunos casos, afortunada.

El proyecto urbano, -concebido como plan maestro y proyecto arquitectónico-, componente consecutivo del Plan urbano, lo cristaliza, da vida a la ciudad, materializa la estructura y superestructura de la ciudad, define el carácter de la ciudad y de los ciudadanos, marca, por mucho tiempo -trascendencia de la arquitectura, impuesta por sus creadores- la ideología y el modelo tectónico, demográfico y el perfil de la ciudad, su resultado depende, en gran medida, de la estrategia original -el Plan- y de la capacidad técnica –teórica y tectónica- de quienes lo materializan.

LA CIUDAD DE LOS ARQUITECTOS, es un libro de Llátzer Moix, en el que, echando mano de la crónica periodística, discurre y plasma una imagen 'hiperrealista' de lo sucedido, en relación a las luchas intestinas de los arquitectos por liderar o al menos formar parte en el proceso de transformación urbana y arquitectónica de Barcelona de los años ochenta del siglo pasado. La materialización del Plan de regeneración urbana de Barcelona suponía la implantación de una ideología o del discurso teórico de una escuela de pensamiento arquitectónico y urbanístico, que guiara los procesos de concreción de la imagen de ciudad soñada por los barceloneses o al menos por su alcalde, Narcís Serra. En esta ardua tarea participaron un número amplio y diverso de arquitectos e ingenieros, tanto españoles y catalanes como extranjeros, todos deseosos de formar parte de esa historia: regenerar, refuncionalizar, reformar, recualificar, en fin todos los re que requería la puesta en marcha del Plan urbano y que demandaba la participación amplia y calificada del gremio de arquitectos -que deseaban ser quienes definieran el qué,el dónde y el cómo intervenir en ella y, por supuesto, la ideología que ellos, pre(a)sumían, se debía implantar-. Suponía también la definición de un Plan estratégico que definiera los proyectos y obras específicas a realizar y que garantizara la transformación planificada. Podemos decir que los arquitectos españoles "iban a por todas".

El libro discurre, en una estructura temporal, en las reuniones y deliberaciones hechas por Los Arquitectos de la Ciudad, desde la definición de las pequeñas actuaciones de escala local -pero de gran impacto social-, como fueron la regeneración de las plazas públicas del barrio de Gracia (espacios públicos preexistentes que requerían de un proyecto para su reordenamiento: redistribución de la multiplicidad de actividades y funciones dentro de sus fronteras y límites espaciales); hasta las de gran dimensión y dirigidas, particularmente, a la construcción de los equipamientos e infraestructura para los juegos olímpicos de 1992. Sin embargo y entre arquitectos, no todo fue melcocha sobre hostias -o sobre ojaldres-, la prolija descripción periodística que el autor hace, describe con la precisión del periodismo, las discusiones y luchas intestinas que escenificaron los arquitectos por imponer su ley, su idea...en síntesis, su arquitectura. Pero en el marco de lo establecido por el Plan. El plan era estratégico y, por lo tanto, profundizaba más sobre la imagen deseada y las acciones y proyectos -y su tipología- que se requerían. Su meta, la nueva capa de la Ciudad Hojaldre para Barcelona, era convertir a Barcelona en una marca, convirtiéndola, de esta forma, en una mercancía, en una ciudad que competía por estar en el circuito de ciudades trade mark.

Cualquier ciudad, en permanente proceso de transformación y regeneración urbanas, se reconoce por sus componentes urbanos, por los planes que les han dado forma -pensemos en los límites y prefiguraciones que establecieron las ordenanzas de Carlos V, hasta las áreas de actuación y las normas de ordenación general establecidas en el Programa General de Desarrollo Urbano del DF vigente-, pero en particular, se conocen por sus edificios, por su arquitectura -por sus arquitectos o por sus escuelas de pensamiento arquitectónico, si las hubiere-, tanto por la buena como por la mala arquitectura. En una visita, preferentemente peatonal, por cualquier ciudad -pero por curiosidad empírica, por la Ciudad de México- se nos presentan, como un texto -el texto urbano Derridiáno- los diferentes periodos, o capas de la Ciudad Hojaldre, arquitectónicos y urbanos, y su conexión o desconexión con las condicionantes de su época, el espíritu del lugar y el espíritu de la época. En algunos casos, muy afortunados pero escasos, se puede reconocer cómo, en algunos momentos, se han logrado interiorizar adecuadamente los espíritus de la ciudad, dejando plasmados, crítica y estéticamente, hitos arquitectónicos y urbanos emblemáticos y singulares que representan -y han representado históricamente- dignamente a la sociedad y los arquitectos que les dieron vida. Por la escases comentada y con la necesidad de explicarla, me viene a la mente una frase que no es propia y que recuerdo con cierta gracia maliciosa, que expresaba un amigo arquitecto -destaco que es arquitecto, porque legitima la crítica-, hace ya algunos ayeres, tratando de sintetizar, en una sola frase, esta discusión sobre la aproximación del arquitecto a la arquitectura y a la ciudad, y que rezaba de la siguiente manera "si los arquitectos diseñaran aviones le pondrían mármol a las alas". Es, quizás, la pérdida de contacto del arquitecto con la vida o, mejor dicho, que la vida ha dejado de estar en contacto con los arquitectos y que, como decía Villagrán -arquitecto y teórico mexicano-, re-matando cualquier posibilidad de defensa: en esta desconexión inconsciente del arquitecto con la vida, se refugia en la orgía del formalismo atectónico y decorativista. Auch! Una pausa...le seguimos.

El problema puede tener su origen en la idea de mercancía, de mercado, del amarchantamiento -el o la 'marchante', no de marchar, que sería la aproximación etimológica más natural, sino de merchandise- de la arquitectura, la mercancía-arquitectura que se convierte y forma parte de la moda, o de los modos; pensemos en la temporada otoño-invierno, no de Armani sino de Ghery. Curiosamente, en esos momentos de conexión del arquitecto con la vida, con una realidad cada vez más compleja y caótica, se plantea la crítica original del posmodernismo -que derivó en el historicismo, el deconstructivismo y el high tech, y, a su vez, en el supermodernismo-, sobre el modernismo o internacionalismo, y que aprovechó el descredito que ya había ganado por la demolición (desmaterialización) del complejo residencial Pruitt-Igoe -construido en St. Louis y en estricta concordancia con sus cánones modernistas e internacionalistas- basa su crítica, precisamente, en la desconexión que se percibía en su arquitectura en relación con espíritu del lugar, con el contexto físico y natural. El internacionalismo o modernismo, enraizado en el 'encantamiento' que supuso el desarrollo tecnológico e industrial de la época y que fue convertido en escuela de pensamiento, se materializó como el modelo, el ideal estético a seguir al nivel internacional; su ideología se enseñaba en las escuelas de arquitectura como se aprende el abecedario manuscrito y, si se quería formar parte de la contemporaneidad arquitectónica -ser y estar de moda- se debía proyectar con los cánones del internacionalismo. Su herencia ha quedado inmortalizada en la homogeneidad estética y formal a cualquier contexto -físico, social, económico, demográfico, etc.-, un modelo arquitectónico, una capa de la Ciudad Hojaldre, basado en una concepción teórica y tectónica, en un conjunto de cánones plásticos y estéticos, un modo de hacer arquitectura, ¿una moda?

Desafortunadamente, la critica de los arquitectos posmodernos a la desconexión con el contexto físico-natural y la admiración por los avances técnicos que supuso el internacionalismo, no derivó en una aproximación objetiva de la arquitectura posmoderna, derivó en una paradoja mayor. En la materialización de una arquitectura basada en el mercado: la arquitectura de autor; la completa desconexión con los espíritus de la ciudad. Conectada con conceptos económicos como el valor añadido, con la idea del valor añadido que el ‘arquitecto de fama’ aporta, el arquitecto del star-system. Conectada con el individuo, con la individualidad, con la subjetividad del sujeto, pa´ser claros! Desconectada con el exterior, con el Plan, con el modelo acordado y consensuado, con la ciudad, con su historia y su gente. Una arquitectura que no busca construir ciudad, que trata de imponerse, de lucir, de ser única, individual, que quiere ser de alguien y sin querer ser de la ciudad, no quiere insertarse adecuadamente en ella, grita para ser vista. Una capa de la ciudad basada en el culto a la autoexpresión artística, a la expresión personal del individuo artista, enraizada en una clara y concienzuda estrategia mediática, el merchandising, la arquitectura como mercancía, como expresión subjetiva de la realidad, la arquitectura como moda. La capa ojaldre de la Ciudad de los Arquitectos, la ciudad de la Vanity Fair.