Existen factores persistentes y determinantes como el precio excesivo de boletos de algunos montajes; en nuestra situación financiera a nivel nacional, hay prioridades económicas y el esparcimiento puede quedar reservado para otros momentos.
Pero hay algo más preocupante en el ambiente: ¿por qué la gente NO considera al teatro como una alternativa de diversión?
La gente de teatro hace hasta lo imposible para llevar a la gente a los foros.
El fenómeno más frecuente para convencer a las personas de ir a los espectáculos teatrales es poner en la marquesina nombres de estrellas. Si el público quiere ver a su actor favorito que ha visto en la televisión o en el cine, podría comprar un boleto y, de esta manera, conocerlo y llenar las salas.
La estrategia es efectiva en cuanto a un éxito financiero para los teatreros pero ¿ésta es una forma conveniente para acercar al público a una experiencia teatral?
En todos los casos donde se ha aplicado esta disposición mercadológica el resultado es el mismo: las personas salen contentas por ver a la estrella frente a sus ojos, en vivo y a todo color, pero no por el montaje en sí mismo; hasta que se encuentren una obra donde se presente cierta celebridad regresará a comprar un boleto, antes no.
Todo se vuelve importante en torno a una persona y los demás constituyentes de la obra quedan desapercibidos o descuidados por parte de sus hacedores.
El teatro NO puede depender de la popularidad de ciertas figuras públicas; aquél vive, se alimenta y crece por una experiencia mucho más compleja donde participan la historia, el montaje y la actuación.
Estos tres elementos se interrelacionan pero ninguno sobresale. En la mayoría de los casos, esta manera de concebir la producción y difusión teatral ha sido exitosa. Pero ¿hasta cuándo?
Yo no estoy en contra de tener a estrellas en una obra pero la principal preocupación del proyecto no puede ser tenerla o no. La base siempre será el argumento y, por supuesto, su increíble ejecución a nivel escénico. Un día la liga se va a romper y, por más nombres de estrellas puestas en la marquesina, la gente no regresará al teatro.
El principal objetivo de la gente del medio debe ser encontrar honestidad en su trabajo para cuidar el mensaje, eso que conecta con el público para con-moverlo. Si hay una estrella en las filas de un montaje será un extra pero nada dependerá de ella, sino de un trabajo de equipo y, por lo tanto, el fenómeno teatral será más rico, más entrañable.
El caso más reciente para ejemplificar el caso es el estreno de "El cartero" en el Teatro Libanés. Basada en la versión cinematográfica, la historia cuenta la complicidad de Pablo Neruda con su cartero, Mario, para que éste logre conquistar el amor de una bella joven, Beatriz, a través del mundo de la poesía.
La historia es simple, muy simple, por momentos desarticulada y sin ningún momento climático; por otra parte, está plagada de chistes o situaciones simpáticas que la hacen ligera y fácil de llevar.
Pero aquí lo más importante es la presencia de Ignacio López Tarso como Pablo Neruda. Lo demás es lo de menos. Este actor tiene el colmillo del mundo para enfrentarse a cualquier texto y montaje.
En la mayoría de sus obras acude a los mismos recursos actorales pero nadie puede negar que funciona con una eficiencia extrema en escena. Y aquí está lo peligroso del asunto: la gente se entretiene al ver a Ignacio López Tarso pero no a Pablo Neruda; el público ríe y se emociona por el encanto de López Tarso pero en ningún momento por la situación dramática de los personajes.
La participación de Helena Rojo como la madre de Beatriz es magistral; en ella se nota la preocupación de llevar el personaje a sus últimas consecuencias expresivas y arriesgarse en su despliegue actoral.
Es un deleite ver su peso escénico y su apuesta por llevar el trabajo a un considerable nivel de profundidad. Erick Elías y Livia Brito, como la pareja romántica, tienen ciertas debilidades en su técnica actoral pero no por esto su trabajo deja de ser digno y suficiente para el teatro.
La dirección de Salvador Garcini es burda pero efectiva. Su propuesta de movimiento de actores es muy simple; en algunos episodios puede ser cansado seguir trazos tan lineales y básicos. Uno de los aciertos de Garcini es el construir un ritmo propio para un melodrama entonado en comedia; lleva a los actores a un nivel de energía adecuado e interesante para el espectador.
Tanto la escenografía como la iluminación son decorosas; con un pequeño despliegue técnico pueden resolver ciertos momentos complicados en cuestión de tiempos y espacios simultáneos.
"El cartero" divierte al público. El problema es cuando las personas quedan más cautivadas por el encanto de la estrella que del texto y el montaje. Al final de la obra los comentarios que pude escuchar eran en torno a la personalidad de Ignacio López Tarso y no del personaje en cuestión. La pregunta se debe replantear: ¿un montaje puede depender de una estrella?
El cartero
Dirección: Salvador Garcini
Teatro del Centro Libanés (Barranca del Muerto y 2 de abril, colonia Crédito Constructor)
Viernes 19:30 y 21:30 hrs., sábados 18:30 y 20:30 hrs., domingos 17:30 y 19:30 hrs.