Esta semana hablaré de ¡Si nos dejan!, un musical mexicano que rinde tributo al género vernáculo. En teoría, y según toda su publicidad, es una celebración a la mexicanidad, a la cultura del mariachi y al cine de oro mexicano. El atractivo principal es contar dentro de su repertorio musical con las canciones más representativas de nuestro país. El efecto de esta descripción es sugerente para capturar la atención del espectador; el problema surge cuando la descripción está totalmente alejada del montaje y aquélla es, exclusivamente, una buena estrategia de mercadotecnia.
Es preocupante cuando esta obra en particular tiene el respaldo comercial de uno de los aparatos de entretenimiento más importantes del país: OCESA. Cuenta con los presupuestos, los espacios, la difusión para lograr un espectáculo sólido tanto en la parte escénica como la administrativa.
Por la forma de venderse, llega a un público heterogéneo y es posible concebir al teatro no sólo para cierto sector elitista o propio del medio, sino también para un público no experto en el rubro. Cuando una persona que no está acostumbrada a ir al teatro entra al Centro Cultural Telmex para ver ¡Si nos dejan!, no puedo estar tan seguro si quiera repetir una experiencia de este tipo. Aquí están mis razones donde puedo sustentar esta afirmación.
La historia es débil en todos los sentidos y todos los ángulos. Nunca me cansaré de repetir lo importante que es tener una historia sólida para hacer funcionar el espectáculo teatral, de hecho, lo es todo. Y aparte de esto, la evidente crisis de los musicales en cuanto a formato y estilo, a nivel mundial, hace de la obra una experiencia difícil de reconocer y seguir.
¡Si nos dejan! inicia cuando unos mariachis entran en un cine antiquísimo y olvidado para ver una película que cuenta la historia de amor de Paloma y José Alfredo, aderezada por traiciones familiares, secretos ancestrales y pasiones prohibidas. A pesar del surrealismo de la trama, ésta podría funcionar con personajes bien construidos, diálogos interesantes y congruencia en las líneas argumentales. Pero, sobre todo, con un buen ensamble de canciones mexicanas dentro de las escenas para contar la historia. Ningún aspecto de los anteriores sucede.
Todo es inverosímil desde el principio de la historia. Hay múltiples aspectos literarios que entorpecen la acción dramática: el asunto de los mariachis en el cine, personajes supuestamente cómicos que no lo son, historias secundarias poco atractivas. Por momentos, parece la farsa de la farsa de una historia sólida e
interesante. También falla la efectividad y precisión dramática; no hay un tiempo justo para contar la historia. Es decir, la historia acaba en una hora y cuarto pero por no tomar en cuenta estos elementos se alarga a la eternidad.
Intuyo que el objetivo de ¡Si nos dejan! es contar un melodrama con tintes cómicos; intuyo que quisieron seguir el patrón de los personajes más emblemáticos de Pedro Infante, Marga López, Sara García, los Hermanos Soler o cualquier actor del cine de oro en México. Pero nada en escena puede construir un argumento interesante y, mucho menos, rendir tributo a los héroes del entretenimiento mexicano.
Además la historia es larguísima debido a un número excesivo de canciones. En varias escenas se introduce una canción que no cuenta la historia y, por el contrario, la retrasa. No es un concierto de Vicente Fernández, no es un cancionero, es teatro sin importar su género. Al final, existe la sensación de entrar a las complacencias y pedirle al elenco tu canción favorita para estar dos horas más en la sala.
Lo más angustiante del caso es cuando descubres a un equipo de actores, iluminadores, músicos, escenógrafos y vestuaristas que merecen una ovación, un aplauso largo y cálido. Todos los actores tienen el entrenamiento vocal y corporal necesarios para trabajar en los musicales; es sorprendente cómo de lo poco que tienen en el papel y la dirección pueden esforzarse para hacer su interpretación interesante.
Sin duda alguna, la escenografía y la iluminación es la mejor que he visto en este año. No he visto un aparato plástico, insisto, por lo menos en el 2012, con un riesgo técnico de este nivel. Un error en la escenografía o en la iluminación puede ser letal para la continuidad del espectáculo. La necesidad de no cometer errores hace del trabajo de las personas encargadas de esta área digna de reconocerse.
El vestuario es hermoso. Su diseño y acabado están cuidados al extremo. Los músicos son sólidos en cuanto a su técnica y tienen el encanto suficiente para salpicar la historia con recursos cómicos.
La dirección de José Manuel López Velarde (quien, por cierto, hizo Mentiras) es una hermosa forma sin fondo, una bella flor sin aroma. El trazo escénico está bien resuelto, las transiciones de la historia bien delimitadas, el ensamble de las coreografías con ciertas escenas bien construidas pero no existe profundidad en la historia. Todo es superficial, muy bonito, pero superficial.
Ya es hora de que los musicales de este nivel escénico y administrativo entiendan que lo más importante es la historia y no todos los adornos alrededor de ella. El público va a preferir ir al teatro y no al concierto de cualquier estrella vernácula cuando encuentre una historia que lo con-mueva. Por otra parte, México debe sentirse muy orgulloso al no pedir nada a Broadway en términos actorales y plásticos. Sólo tiene que aprender, de Broadway, a contar historias.
¡Si nos dejan!
Libreto y dirección: José Manuel López Velarde
Centro Cultural Telmex II (Avenida Chapultepec y Avenida Cuauhtémoc, delegación Cuauhtémoc)
Jueves 20:00 hrs.,
viernes y sábado 17:45 hrs. y 21:00 hrs.,
domingos 13:15 hrs. y 18:00 hrs.