El último trabajo que vi de Antonio Castro, director del montaje en cuestión, fue Las obras completas de William Shakespeare (abreviadas); era una obra poderosa porque condensaba la riqueza expresiva del dramaturgo más importante de Occidente con un grado de exploración en el lenguaje, los recursos escenográficos y la actoralidad, para hablarle a una audiencia alejada de textos clásicos y, en cierta manera, proclive a los medios masivos de información. Era impactante ver cómo la gente sentía la puesta en escena; en ningún momento dejaba de reaccionar; podía respirar al ritmo de los actores y la historia.
Castro entiende los intereses, los códigos de expresión e interpretación del mexicano y hace de la experiencia teatral un fenómeno emocionante, sin ningún atavismo. La escena se convierte en un lugar políticamente incorrecto; la absurda solemnidad desparece para dar paso a una interacción entre el actor y el público más honesta, intensa y divertida. Tal director tiene la firme convicción de hacer teatro para un público plural y no para ciertos grupos elitistas que gozan con la banalidad de la exquisitez.
Por lo menos, en los últimos dos años, el Foro Shakespeare ha presentado montajes con el respaldo de la crítica y el éxito comercial. Ha brindado una sólida infraestructura de producción y publicidad a espectáculos nacidos en instancias culturales y/o gubernamentales. Ejemplo de esto fue Incendios dirigida por Hugo Arrevillaga. El filósofo declara, montada en un primer momento bajo el auspicio de la UNAM, vuelve a poner al Foro como uno de los punteros de la vida cultural de la ciudad; respaldo incondicional a un teatro mexicano capaz de competir con el cine, televisión e internet.
Juan Villoro, el autor, cuenta la historia de un filósofo que es invitado a pertenecer a la Academia en un cargo honorario; el ofrecimiento implica un ascenso laboral y económico con ciertas implicaciones veladas: la renuncia a la posición de librepensador para servir a los intereses ideológicos del Estado. El profesor, nombre simple y básico para el protagonista, demuestra cómo se vive la mexicanidad: la complejidad del lenguaje para referirnos a las cosas más básicas, el simulacro de las relaciones humanas, el miedo a enfrentarnos a la verdad. Por momentos, me recuerda a Sergio Magaña, con particular atención a su obra Los signos del Zodíaco, en su capacidad para construir personajes apegados a la realidad cotidiana de nuestro país. Es una obra pertinente para entender mejor nuestra cultura en tiempos electorales.
Los demás personajes orillan al protagonista a cuestionar sus convicciones en medio de la oferta de trabajo: el cuidado esquizofrénico de la casa por la esposa; Pilar, una sobrina incómoda por sus preferencias ideológicas; el chofer, Jacinto, con su limitada carga cultural y Pato Bermúdez, el entrañable amigo que representa el decir sí al poder: la renuncia a nuestras convicciones juveniles para instalarnos en una zona de confort alejada de nuestras genuinas necesidades.
Si con todos argumentos no he podido despertar su interés, es momento de decir que este montaje tiene en su reparto a uno de los mejores actores en México: Arturo Ríos. Es impactante cómo puede trabajar con una sutileza extrema y, a la vez, con una carga emotiva siempre desafiante para el público. Lo acompañan en el elenco Pilar Ixquic, Emilio Echevarría, Edgar Parra y la sensacional Sophie Alexander-Katz. El equipo actoral es sólido.
El filósofo declara representa la buena salud en la que se encuentra el teatro en México; su vaivén entre la preocupación escénica y comercial. Brinda rasgos de una construcción propia de identidad mediante espectáculos y, sobre todo, el esfuerzo de cierto grupo escénico para confrontar al espectador a historias a la altura de nuestro tiempo.
El filósofo declara
De Juan Villoro Dirigida
por Antonio Castro En el Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)
Viernes 20:30 h, sábados 18:00 y 20:30 h y domingos 18:00 h.