Es cierto, todavía falta mucho terreno para hacer más fuerte todo lo que rodea a la experiencia escénica: los aparatos publicitarios, el equilibrio entre la oferta y la demanda de los boletos, las estrategias para competir frente a otras opciones de entretenimiento.
Pero, sin duda, existe sangre nueva en los escenarios para revitalizar los ánimos de sus hacedores.
Existe el ímpetu, la técnica y el compromiso para hacer del fenómeno teatral un momento exclusivo para el espectador donde pueda exorcizar los demonios de su vida cotidiana; abandonar las cargas más pesadas y seguir caminando hacia un sentido más auténtico.
Es sorprendente el estreno de "El efecto de los rayos gamma" en el Teatro Virginia Fábregas, un montaje que invita al público a limpiarse cualquier veneno, purificarse del miedo para enfrentar los problemas.
Habla sobre dejar a un lado el odio a través de mirar de frente al odio.El texto de Paul Zinder es ganador del premio Pulitzer en la década de los sesenta.
Su tesis es angustiante: las generaciones de una familia no sólo heredan cierta carga genética o cultural, sino también los odios y los miedos que atormentaron a sus antecesores.
Un individuo no sólo es resultado de su circunstancia particular, también lo moldea las experiencias emotivas de sus padres, de sus abuelos, de sus bisabuelos y su consecuente cadena familiar; la persona crece con todas las posibilidades y las limitaciones de su árbol genealógico. No es determinante pero la influencia es directa e inexorable.
"El efecto de los rayos gamma" presenta la vida de Beatriz, una mujer alcohólica que está sumergida en la frustración y el odio hacia la vida.
Tiene dos hijas: Matilde, una adolescente con una inteligencia extraordinaria que es directamente proporcional a su bloqueo emocional para relacionarse con la gente, y Ruth, una mujer enferma de epilepsia en búsqueda del reconocimiento y el cariño de su madre.
Beatriz contagia a sus hijas de su frustración, de su resentimiento, de su esperanza rota hasta convertirlas en unas inválidas emocionales.
El director, Alberto Lomnitz, va hasta el fondo en la construcción de los personajes.
Las actrices exploran la parte más vulnerable en sus interpretaciones para retratar un panorama sórdido.
Hace mucho tiempo no veía una obra que fuera tan dolorosa; las atmósferas recreadas por las actrices impactan al espectador por mostrar las debilidades humanas a corazón abierto; el montaje nunca cae en sentimentalismos baratos o en clichés para provocar, simplemente, la poderosa acción dramática te conduce a un estado de desolación.
Laura Zapata, quien hace a Beatriz, merece una larga ovación de pie; su trabajo es preciso y detallado. Construye una madre llena de manías corporales donde es posible encontrar la angustia y la insatisfacción por vivir; su energía, como buena actriz con experiencia teatral, tiene matices que la hacen crecer en cada momento.
Daniela Luján (Ruth) y Cassandra Ciangherotti (Matilde) son recíprocas ante el trabajo excepcional de Zapata; tienen el entrenamiento vocal y corporal para interpretar personajes atrapados en implosiones emocionales; la dificultad de sus personajes radica en llevar toda la energía hacia el interior con el único propósito de mostrar su fragilidad, a diferencia de la madre al ser una mujer histriónica y conducir su energía hacia el exterior .
El objetivo se cumple a cabalidad. Es necesario mencionar la participación de Tara Parra y Elsy Jiménez que, al interpretar personajes de soporte, complejizan la acción dramática y llevan al público a un estado asfixiante.
La escenografía luce al tener un gran despliegue técnico para construir los sueños y las fantasías de Matilde. En este montaje se logra un adecuado equilibrio entre ostentosos recursos escenográficos y actuaciones profundas.
El vestuario, que no da pistas de una época en particular, refleja la personalidad de la madre y sus hijas; su diseño es atinado.
La única debilidad del montaje radica en términos de iluminación: el uso excesivo de oscuros dificulta la posibilidad de llevar una continuidad en el argumento; entorpece el nivel energético de las actrices para hacer explotar la obra hasta el final.
"El efecto de los rayos gamma" es una invitación, a pesar de todo, para celebrar la vida.
Es difícil entender esta aseveración ante las explicaciones anteriores pero, en términos terapéuticos, conviene reconocer el dolor para abandonarlo de una vez por todas.
Sé que hay muchas personas que no les gusta un montaje donde la miseria humana se represente a escalas monumentales, pero enfrentarse a este tipo de experiencia es enriquecedora.
La catarsis se logra y se drenan los pequeños y grandes demonios del público.
El efecto de los rayos gamma
De: Paul Zinder
Director: Alberto Lomnitz
Teatro Virginia Fábregas (Velásquez de León 31 colonia San Rafael)
Viernes 19:30 y 21:30 hrs., sábados 18:45 y 20:30 hrs. y domingos 17:30 y 19:45 hrs.