La experimentación en el fondo puede darse a partir de varios elementos, por ejemplo, una historia con una estructura compleja o personajes plagados de simbolismos; mientras tanto, la ruptura de la forma se encuentra en el uso de espacios escénicos alternativos o la concepción de una escenografía en un sentido más abstracto.
El equipo que colabora en este tipo de montajes debe tener claridad de la norma que se quiere romper, del formato del cual se quiere salir y tener mucho más claro a dónde se quiere llegar con el rompimiento de la regla. Pero esta claridad no sólo debe estar presente en los responsables del proyecto, sino también en el público quien asiste al espectáculo. El carácter experimental de este tipo de montajes surge cuando una situación dramática puede ser resuelta con elementos alternativos a los acostumbrados pero, de una forma necesaria, esta situación dramática debe ser clara, comprensible. De lo contrario, todo se convierte en algo absurdo, en un pantano de ideas pseudocreativas sin ninguna finalidad evidente.
Esta semana hablaré de uno de los montajes en cartelera con una gran carga de experimentación tanto en el fondo como en la forma: "Rudo". Ésta es una historia del canadiense George F. Walker que, en una primera lectura, cuenta cómo las verdades a medias puedan mermar una relación amorosa hasta llevarla a la muerte. Los personajes principales, Beto y Tina, discuten sus verdaderas intenciones para seguir juntos y se topan con un aire infestado de mentiras y sutiles crueldades que acaba por asfixiarlos. La tesis central de Walker desmitifica el amor; lo entiende como uno de los mejores pretextos para destruir, como una de las mejores razones para seguir permitiendo el daño del otro.
En cuanto al fondo, "Rudo" revela las motivaciones y necesidades de los personajes en una escena de una hora. Los diálogos están plagados de salidas de emergencia ante la verdad; la riqueza de estos proviene del subtexto, de lo que se quiere decir pero no se dice. Beto y Tina nunca son claros en sus intenciones para seguir juntos, al contrario, la ambigüedad discursiva los hace caer en la autodestrucción y la violencia.
Por otra parte, la experimentación de la historia aparece cuando de una forma explícita se muestra que Beto y Tina son interpretados por actores. En escena, se muestra cómo ellos se preparan para interpretar a la pareja, cómo se confunden para llegar a la comprensión de sus personajes y de qué manera encuentran los mejores recursos actorales para hacer verosímil la situación.
La valía de este texto se manifiesta cuando la realidad y la ficción se pueden mezclar, y hasta confundir, dentro de la cabeza de un actor. Por eso, en una primera lectura, se encuentra el rompimiento amoroso como tesis central, pero en la profundidad se halla un discurso más complejo sobre la vida y la actuación.
¿Quién está en escena: el personaje o el actor? ¿Cuándo el actor deja de ser el actor y cuándo regresa a su personalidad y circunstancia? ¿Cuando el actor está en escena qué es real y qué es ficticio? La adaptación de José Sampedro es impecable para moldear el conflicto a la idiosincrasia mexicana; los diálogos en español resultan verosímiles y reconocibles al oído; como la mayoría de los parlamentos están repletos de insultos, Sampedro pone una atención extrema a las equivalencias adecuadas de groserías del inglés al español. Nunca son palabras forzadas.
La dirección de Diego del Río se vuelve mucho más experimental y atractiva cuando lleva el montaje a un espacio escénico alternativo como un trolebús. La discusión entre Beto y Tina se desarrolla en las dimensiones del pasillo central de este medio de transporte mientras que el público, a su alrededor, es testigo de la acción dramática a unos cuantos centímetros de distancia. Mediante trazos escénicos vertiginosos, el montaje se vuelve una experiencia explosiva; las pausas dramáticas son vivas y llenas de significado, por lo tanto, el interés nunca cae.
La decisión de Diego Del Río al usar el trolebús como espacio escénico es atinada por dos razones: 1) el público no puede eludir la escena, no se escapa del texto y mucho menos del trabajo actoral debido a la cercanía del intérprete; 2) la relación realidad-ficción es mucho más atractiva para el espectador cuando puede observarla a una pequeña distancia; es llamativa cuando puede apreciar en el actor sus ojos, su respiración y, sobre todo, la interacción con el otro. Uno de los grandes aciertos es la coreografía de peleas físicas en cuanto a su medición y ejecución.
El trabajo actoral de José Sampedro y Adriana LLabres, como Beto y Tina, hace gala de un preciso entrenamiento vocal y corporal. Lo que más celebro en ellos es un justo nivel de energía a lo largo de toda la obra; el texto muestra en ciertas ocasiones momentos de la pareja muy violentos y es ahí donde Sampedro y Llabres llevan la obra a una intensidad adecuada sin caer en excesos o episodios molestos para el público. Su conciencia del ritmo hacen del montaje algo ligero sin caer en la pesadez propia del tema.
Cabe mencionar la participación de Ariana Figueroa como Gio, amiga de Tina quien se convierte en su más grande respaldo emocional, porque muestra una exactitud colosal en el manejo del cuerpo y la voz en pequeñísimas intervenciones. Su peso escénico resulta favorecedor cuando se contrapone a la acción dramática de los personajes centrales.
"Rudo" es uno de los mejores trabajos que he visto en un sentido experimental. La experiencia y la solidez técnica de su director y sus actores hacen del espectáculo un acontecimiento entrañable. Se rompe la normatividad clásica para llegar, sin duda, a un lugar mejor.
Rudo
De George F. Walker
Dirección: Diego Del Río
Trolebús Escénico La Nave (Parque México, Esquina Avenida Sonora y Avenida México)
Domingos 18:00 y 19:30 hrs.