En aquel entonces el PAN era considerado algo así como una fuerza testimonial que difícilmente llegaría al poder pues la maquinaria priísta se veía invencible. No obstante ello, los ahí presentes lucían esperanzados, valientes y decididos. Las palabras de Efraín, entonces un hombre maduro pero todavía joven, sonaban como un augurio de que -aunque lejano- el cambio era deseable.
Según esto, cuando Acción Nacional tomara el poder México sería otro: el gobierno será honrado, habrá rendición de cuentas, las mejores prácticas en el ejercicio del poder y oportunidades y justicia para todos. Esa mañana, el cielo se veía azul.
El 3 de julio del año 2000 muchas cosas habían cambiado y las transformaciones sociales habían hecho posible aquello. Parecía que el nuevo siglo le daba a México nuevas oportunidades y el cielo se veía más azul que nunca.
La primera decisión que en materia económica debía tomar el gobierno de Vicente Fox era la de construir un nuevo aeropuerto para servir a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Era su primera prueba de fuego y... se quemó con ella.
Antes aún de tomar posesión, el que sería su secretario de Comunicaciones y Transportes, Pedro Cerisola, fingió públicamente que se harían estudios comparativos para decidir el mejor lugar, aunque en privado sentenció a los miembros de la industria que la decisión está ya cocinadas: Texcoco sería el sitio.
Pasó por tanto más de un año donde se gastaron miles de dólares y se hicieron supuestas consultas y análisis que sólo servirían para justificar una decisión predeterminada que, además, el gobierno federal fue incapaz de operar exitosamente.
Se gastaron muchos recursos para pagar estudios, para armar mesas de trabajo, para -incluso- inventar un proyecto ecológico que sólo existía en el papel y en la imaginación de arquitectos como Alberto Kalash (el mismo que diseño la pifia de la Biblioteca Vasconcelos) y Teodoro González de León, a quien engañaron haciéndole creer que su proyecto sí se construiría.
Hubo dinero para levantar una cortina de humo alrededor del verdadero proyecto, pero no lo hubo ni para dialogar ni para pagarle a los humildes propietarios de la tierra donde se iba a erigir un gran negocio. Cosas de la vida, el hilo se rompió por lo más delgado.
Lo que quedó de manifiesto fue la falta de transparencia y probidad de quienes estaban encargados del sector. A la postre, el proyecto Texcoco se canceló y nunca quedaron claras las razones de la pifia, desde una pésima operación política y un esquema jurídico mal planteado, hasta la sospecha de que el proyecto no estaba tan bien planteado.
Pese a la desilusión que provocó este episodio, nadie podría imaginar que la aviación mexicana caería en uno de los peores baches de su historia, al grado de que quienes han tenido la responsabilidad de gestionarlo son personajes que ignoran todo sobre su funcionamiento y que una secretaría ajena al sector, la de Turismo, la ha puesto en remate y casi se sale con la suya.
Un muy breve repaso a las actuales condiciones del sector arroja pésimos resultados: desde inseguridad en el espacio aéreo, hasta improvisación y manejos sospechosos en sus diversas áreas. ¿Cómo explicar que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México sufre constantemente de apagones y otras fallas técnicas y al mismo tiempo suceden en sus pasillos inexplicables trasiegos de estupefacientes y hasta balaceras sin que su director haya sido siquiera molestado con un interrogatorio?
La situación del tránsito aéreo que aquí ya se ha comentado, la de Medicina de Aviación, la de la Dirección General de Aeronáutica Civil y la de las diversas dependencias que deberían estar certificando a certificadores que no existen o que son más un negocio de conexiones extrañas, es apenas una muestra pequeña del desorden que hoy priva en el cielo mexicano.
No podemos dejar de lado la situación de las aerolíneas. A pesar del triunfalismo que pregonan los funcionarios del sector, las empresas aéreas mexicanas transportan hoy casi el mismo volumen de pasajeros que hace 12 años. El mercado como tal sólo ha crecido verdaderamente para las operaciones que llevan a cabo las aerolíneas extranjeras.
Pero quizás el peor de los expedientes es el que se refiere a la seguridad. Es casi imposible de creer que en sólo 6 años tres secretarios de Estado, uno de Seguridad Pública (nada más) y dos de Gobernación (nada menos) hayan perdido la vida en accidentes de aviación sin que prácticamente haya cambiado nada en el sistema que hizo posible semejante aberración.
Y todavía no se ha hecho el balance final porque a escasos días de dejar el poder, todavía sigue la mata dando. Por estos días la Secretaría de Comunicaciones y Transportes pretende ir más allá en su esfuerzo por hacer más inseguros los cielos mexicanos.
Un proyecto de decreto que circula en la Cofemer (nunca ha sido más sarcástico el término "mejora regulatoria") para modificar el Reglamento para la Expedición de Permisos, Licencias y Certificados de capacidad para el personal técnico aeronáutico, pretende desaparecer el requisito para que los pilotos aviadores exhiban su cédula profesional.
Qué bien se ve que los funcionarios actuales no entienden para qué se hizo la ley de profesiones, qué bien se ve que no entendieron nunca por qué sucedieron esos tres accidentes y qué bien se ve con todo este galimatías que no entienden lo que es la seguridad de las operaciones aéreas y las repercusiones que sus "ideas geniales" pueden tener para el público usuario.
No, definitivamente el cielo nunca ha sido azul, salvo en aquellos sueños de los primeros años de ese partido que se convirtió en gobierno. Qué lejos están las palabras de Efraín González Morfín, en un sector que está plagado de opacidad, de sospechosas prácticas -peores de aquellas que criticaban- y de desatinadas decisiones que hoy tienen al cielo mexicano en turbulencia absoluta. Lo bueno, es que al menos estos ya se van.