Con el capote en su primer astado nos levantó del asiento con unas gaoneras untándose de toro, con la muleta interpretó pases de todas las marcas y en el epílogo de la faena ejecutó una serie de bernardinas (pase de la creación del maestro catalán Joaquín Bernardó) y dentro de esa serie, una de ellas todavía no alcanzamos a entender por dónde salió la cabeza del buen toro de Xajay.
Por fallar con la espada perdió trofeos pero su actuación fue de las que se quedan en la memoria colectiva como de hito.
Enrique Ponce alternó por primera vez en La México con el hijo de su testigo de confirmación de alternativa, lo que refleja el inexorable paso del tiempo que avanza sin detenerse ante nada y ante nadie.
Aunque brilló la técnica de Enrique en su primer toro, en su segundo no había como tener lucimiento ni para él que es un dechado de conocimiento y luego la gran sacudida vino cuando apareció un toro, regalo de Ponce.
El regalo fue un toro veleto pero de nulo trapío en los cuartos traseros, falto de remate como dicen algunos de plaza. Gran parte del público salió disgustado y otro se dedicó a corear en son de burla lo que hacía Enrique enviando miles de cojines al ruedo de La México.
Es decir el público manifiesta que no quiere gato por liebre, ojala lo entiendan los llamados profesionales, en un momento álgido para el toreo.