Miercoles 16 de Enero del 2013 |
15-21 / Septiembre / 2012
Diego de Ybarra
Reflexiones de un diletante.
Diego de Ybarra

Goya y Luyken: retratistas de la maldad humana

Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias; podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas. Giovanni Pico della Mirandola (Oración sobre la dignidad del hombre).

La brutalidad, el odio, la deshumanización de lo humano – despojado de su esencia, el hombre se convierte en un bruto –, el hambre de infligir dolor, el entusiasmo ante el sufrimiento ajeno, el placer de ver la sangre correr, de oír gritos despavoridos, de escuchar los gemidos más angustiantes, de desoír súplicas; el sentimiento de placer ante la quebradura lenta de huesos, ante la putrefacción de miembros expuestos a la intemperie, frente a la exposición paulatina de la carne sanguinolenta conforme se desuella vivo al atormentado… todos estos son, aunque uno no lo crea, divertimentos humanos de secular antigüedad.

A inicios del siglo XIX Napoleón invade la península ibérica. Francisco de Goya, indignado ante las atrocidades propias de una batalla, rezonga y se queja con ochenta y dos escalofriantes grabados en "Los desastres de la guerra".

El enfrentamiento bélico pone al descubierto la nefanda naturaleza del hombre, su verdadero ser; el ámbito combativo es campo propicio para ver surgir lo más deleznable: lo inhumano.

El hombre no se "animala" cuando entra en guerra y la oportunidad se le presenta para hacer barbaridades; no.

Los animales no se desuellan unos a otros, no se empalan vivos por placer, no se arrancan las uñas lentamente mientras se lamen los belfos de puro gusto, no se infligen dolor para verse sufrir.

El ser humano, en cambio, es capaz de infinita crueldad, y disfruta en esta vertiente manca de un sadismo mal comprendido mientras su semejante, inerme ante su poder, clama por una misericordia que un infame es incapaz de otorgar.

En Goya hay horror.

La Finca del Sordo fue el lugar al que el gran pintor de la corte borbónica se retiró a pintar lo deleznable, lo nefasto, lo horroroso, lo perturbador… lo que podríamos calificar de "inhumano" pero que no es más que sencilla y llanamente humano: la maldad.

Los desastres de la guerra narran episodios que no son decisivos para el rumbo del conflicto bélico: relatan simplemente acontecimientos diarios vividos en el desorden, cuando un hombre está a merced de otro.

Así, en estos grabados vemos hombres colgados, vemos niños siendo acuchillados, mujeres cuasi desnudas que son clavadas a bayonetazos, hombres desmembrados y empalados (los ojos previamente extirpados); hay descabezados (la sangre ya seca, los torsos desnudos amarrados a los troncos muertos de un árbol), hay brazos y piernas arrancados a golpe de hacha… hay maligna sed de ver sufrir al otro.

Antes, en la segunda mitad del siglo diecisiete, un grabadista llamado Jan Luyken, perturbado por el comportamiento mezquino de los hombres, produce diversos grabados en los que representa quemas de herejes, azotes a mujeres promiscuas, lapidaciones a otras más disolutas aún, crucifixiones, tormentos al garrote, desollamientos, desmembramientos y otras muchas torturas que parecerían indescriptibles.

Los gestos de los verdugos, tanto en Goya como en Luyken, tienen la veta grotesca que después heredarán las pinturas de Daumier.

No es caricaturización: es el reflejo del alma maligna del hombre lo que deforma los rasgos de los seres representados.

En Luyken, los violentados tienen a veces los rostros imperturbables y plácidos de los que están inundados de bondad; en Goya, los gestos de los atormentados se desfiguran ante el dolor; en ambos casos, no escasea nunca la maldad retratada de quien ostenta el poder y lo usa para dañar a su prójimo.

Pico de la Mirándola afirmó que Dios le había dejado arbitrio al hombre para que se sublimara o se soterrara en la barbarie.

En las manos de cada hombre está la capacidad de degenerar en lo bestial. ¿No merecen las bestias, en su naturaleza noble, una diferenciación tajante del brutal comportamiento al que puede acceder el ser humano cuando se vuelve presa de su intrínseca maldad? Ningún ser es tan depravado como el hombre, la única creación "divina" que se regocija ante el sufrimiento de su especie.





En su perene afán de comunicar hasta la más ilustre de las barrabasadas, Diego de Ybarra escribe desde que puede, y como puede.
Ha vivido en México, en Francia y en Italia,y actualmente debe estar por algún lugar inconveniente de la Colonia Roma.
Entusiasta del arte y lector más que escritor, busca sin cesar la forma de encontrarse con lo artístico y con quien escriba de ello.
Ha organizado y curado exposiciones de obra pictórica en la itinerancia, discutibles happenings dedicados a promover la obra de aquellos pintores jóvenes que le llaman la atención. Confiesa que su nociva curiosidad lo orillará una tarde de lluvia a querer averiguar qué se siente aventarse de espaldas por una ventana abierta.
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