El arte, para existir -tal como lo afirmó Roland Barthes- tiene que destruirse. El Pop Art se vuelca sobre lo popular, sobre lo vulgar, sobre lo despreciado por el establishment artístico y por la sofisticación y el refinamiento, con miras a recrear conceptos triviales, produciendo así, de forma controversial y contradictoria, creaciones artísticas.
El Pop Art, como nos dice Barthes en su ensayo "El arte, esa cosa tan antigua", refiriéndose al Complejo de Clovis, "quema lo que ha adorado para empezar a adorar lo que ha quemado".
De forma simultánea, tiene esta corriente artística un elemento significativo que no es caprichoso, sino que es fruto del temor. Se trata de la repetición. La repetición surge del miedo a la muerte. Repetir es propio de diversas culturas y es de una esencialidad innegable. Barthes se burla, al describir esta irreprochable característica del pop, de la "sabia cultura de Occidente", que ha querido desdeñar la repetición. La repetición, que pareciera inicialmente necia, trastoca a la persona y conduce a una alteración del objeto representado.
En el contexto social e histórico en que se encuadra el nacimiento del Pop Art, se vive una tragedia: la de la persona y la individualidad amenazadas de muerte. Así, el Pop Art es un arte de su tiempo, que despersonaliza, temiendo el riesgo que anticipa el mundo: el riesgo de la desaparición de la personalidad.
Volviendo a lo paradójico del Pop Art, Barthes nos dice que es precisamente la intención de representar los objetos triviales tal cuales son, sin pretensiones de significar nada más, lo que reviste al Pop Art de significado. Las creaciones de Warhol aparecen, en toda su facticidad, desprovistas de cualquier justificación. Y la justificación filosófica del Pop Art reside en esa desacralización del arte, en este desvestir a la cosa de simbolismo para presentarla desnuda y burda. Sin embargo, el significado persigue al Pop Art y el arte termina por surgir.
Otros elementos constitutivos de la identidad del Pop Art son dignos de atención, a saber, el color y el fondo. Parece que ambos elementos están pensados rigurosamente, y que estas características -los colores repetidos que terminan siempre siendo los mismos; los fondos que se agrandan en esfuerzos voluntariamente pueriles- otorgan un sentido al Pop Art.
En ese negar el significado de las cosas, en esa intención perene de representar objetos en toda su banalidad, el Pop Art surge, como decíamos, a modo de arte, y hace que el objeto repetido se convierta en su propio significante.
Una cosa es clara, pues: el Pop Art tiene su trascendencia en ese perpetuo interés por presentar las cosas, y no por representarlas. Al final el Pop Art, paradójicamente, termina siendo un involuntario arte de la esencia de las cosas.