Miercoles 16 de Enero del 2013 |
17-23 / Noviembre / 2012
Diego de Ybarra
Reflexiones de un diletante.
Diego de Ybarra

Escupir por placer

Hoy me atrevo a pretender interpretar una obra de un pintor catalán que fue cínico y que fue admirado, y por lo mismo también odiado. Y lo hago respecto de la pieza suya que menos me gusta. De hecho, ni me gusta. En realidad, me parece un desastre... pero bien sabemos que cuando alguien ha alcanzado esa codiciada legitimación fruto de años de esfuerzo (o causada por una simple llamarada de petate consistente en una pieza magnífica, sea esta un libro, una pintura, o una canción tipo one-hit-wonder), puede hacer lo que le plazca, que al cabo todo mundo aplaudirá e incluso babeará mojando zaguanes, como diría Sabina.

La interpretación de obras de arte suele ser avezada. Uno puede sucumbir bajo el yugo de los riesgos que este ejercicio implica, si reflexionamos junto con Thierry de Duve. Uno puede sobre-interpretar, o terminar por querer enviar un mensaje concreto, pasional, alejado de forma crasa de la realidad con la que el artista pudo haber comulgado en el momento de la concepción de la obra.

La obra de la que quiero hablar se llama "Parfois je crache par plaisir sur le portrait de ma mère"., y es así:

Se trata de una pieza cuyo título se traduciría como “A veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre”.

Estando en París un día, Dalí consiguió que el marchante Goemans le organizara su primera exposición para finales del año de 1929. La muestra fue un éxito rotundo: el vizconde de Noaïlles tomó interés en la obra del joven artista e incluso compró "El juego lúgubre", considerado el primer cuadro surrealista de Dalí.

Desafortunadamente la muestra tendría también trascendencias negativas. En esa misma ocasión se presentó la obra que nos atañe en este estudio. El padre, al conocerla, desheredó a Salvador Dalí, y lo maldijo cuando le espetó que moriría solo, sin amigos y sin dinero. La condena del viejo hubiera sido premonitoria de haber sido menos pasional.

La señora Doménech murió cuando su hijo pintor todavía no lo era. El artista recordaba a su madre como un ángel: en alguna ocasión manifestó su amor por ella diciendo que era la miel de su familia y que hubiera querido beberla como los argentinos que vivían en el segundo piso de su casa bebían el mate.

Sabemos que las teorías freudianas les hicieron mella a los surrealistas; y Dalí, en su calidad de "surrealista integral", pudo haber querido transmitir un consabido complejo edípico de forma críptica mediante esta poco elaborada creación artística.

Pero de cualquier modo habrá que evitar interpretar esta obra como una irreverencia, optando mejor por tomarla como una reacción pueril ante la insuperable pérdida de un ser amado. Si no, ¿cómo se explica la presencia en dicho contexto del Sagrado Corazón de Jesús, que representa al redentor de la humanidad?

En realidad esta obra, lejos de ser una grosería, constituye un gesto de amor. Después de todo, esta controvertida obra termina siendo un homenaje paradójico a la memoria de la madre. Dalí escupe, pero no lo hace sobre el retrato de su madre, sino sobre la silueta del salvador que no logra rescatar a nadie. Dalí rechaza la presencia de un dios que es incapaz de salvar lo bueno del mundo, pero que se yergue firme a la hora de romper el corazón de un niño.

Al pararse como gallo giro frente a un redentor incompetente, el pintor le rinde un homenaje postrero a su madre muerta, y rechaza con un escupitajo su retrato, que representa su ausencia. Para Dalí, pues, vale la pena escupir sobre una representación, pues así es como se reniega de la nostalgia, de la dolorosa idea de que ese querido ser ha dejado de existir.

En su perene afán de comunicar hasta la más ilustre de las barrabasadas, Diego de Ybarra escribe desde que puede, y como puede.
Ha vivido en México, en Francia y en Italia,y actualmente debe estar por algún lugar inconveniente de la Colonia Roma.
Entusiasta del arte y lector más que escritor, busca sin cesar la forma de encontrarse con lo artístico y con quien escriba de ello.
Ha organizado y curado exposiciones de obra pictórica en la itinerancia, discutibles happenings dedicados a promover la obra de aquellos pintores jóvenes que le llaman la atención. Confiesa que su nociva curiosidad lo orillará una tarde de lluvia a querer averiguar qué se siente aventarse de espaldas por una ventana abierta.
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