Los animales de compañía viven para estar con alguien y, sin embargo, en muchas ocasiones padecen la crueldad de esas personas.
Estos animales entran en nuestra intimidad y con su presencia son capaces de ahuyentar a la soledad. Testigos de lo que nos sucede, viven la vida con nosotros.
Están presentes en todo momento y, como una enseñanza de Patanjali, sin juzgarnos, con una enorme compasión. Tiziano refleja su amor por los animales en la belleza con los que los retrata.
Los pintaba del natural y en varias obras, comisionadas por sus mecenas, está presente su perro, un pequeño maltés blanco con manchas ocres.
Esta presencia nos describe la cercanía y confianza que se tenían mutuamente el perro y el pintor.
En La Venus de Urbino la intimidad crece con el retrato de su inseparable compañero.
Ella descansa desnuda en su cama, masturbándose suavemente, mirando al pintor con descarada familiaridad y a los pies duerme el perrito acurrucado, inocente de la escena que se está gestando.
El retrato de Eleonora de Gonzaga, la escena bíblica de la Cena de Emaús, el retrato de la niña Clarissa Strotzzi, en todos aparece posando consciente de su importancia o simplemente compartiendo las horas de trabajo con Tiziano, incorporándose con toda naturalidad en una escena mítica o en un retrato oficial.
Hasta en el retrato familiar de los Vandreamin está en los brazos de uno de los niños.
Tiziano mostró su agradecimiento, correspondió a ese amor retratándolo continuamente, la preocupación estética estaba en la composición de complicadas reuniones heroicas,- en las que aparecía como anónimo soldado su amigo el poeta Aretino-, en el color de la piel de sus modelos, en la amargura de la boca tensa de Eleonora de Gonzaga, pero a su perrito, a él lo incluía por placer.
En donde se inclinó por los deseos del amo, no del perro, sino de los súbditos, fue en el retrato de Carlos V al que inmortalizó con un falo regio y con su majestuoso galgo que lo mira con una devoción que nadie en su reino le tuvo, entre ellos su hijo Felipe II.
En el retrato de su mecenas Federico de Gonzaga, el primer duque de Mantua posa demostrando su amor a su leal consejero, un perrito blanco y los dos posan con camaradería, con esa familiaridad que proyectamos hacia los que sentimos como amigos indispensables.
Esta relación, la evocación de esos momentos con la presencia animal, con un ser que nos conoce más de lo que podríamos asimilar, que nos presiente y cuida, es un homenaje a la sencillez del trabajo y la vida doméstica. Dimensiona que hasta las más grandes empresas son al final tareas que se realizan con metódica humildad, sin más pretensiones que hacer de ese día un episodio armonioso.
Fragonard recreó las arrugas y la suavidad de las sábanas delicadas y tibias, en sus pinturas la intimidad es una mujer y su gato o su perro.
Aquí la familiaridad que mantienen llega al extremo de compartir el momento de relajamiento después del placer, la Joven que juega con su perro tiene dos versiones.
En una la joven levanta a un perrito negro con las piernas y lo sostiene entre los pies, desde el punto de vista de Fragonard vemos sus senos descubiertos, viste un gorro de dormir y la luz sobre la cama, proviene del lateral, de lo que seguramente es una ventana.
Ella acaba de despertar y con deliciosa pereza juega sin prisa con su perrito, viéndolo con una ternura que envidiaría su amante.
La otra versión es una de las piezas eróticas más lúdicas del rococó francés, la joven levanta al perrito de la misma forma, pero aquí, la cola del compañero de juegos cae sobre su sexo ocultándolo, tocándolo, la mirada amorosa es la misma, el inocente juego matutino se repite, con una variante que hace que la escena salte a las fantasías de las cámaras privadas que compartían de Madam Du Barry y Luis XV.
La idealización de la vida doméstica, de las delicias de la intimidad se materializan con la presencia cómplice de los animales, en el Retrato de una Mujer con un Perro, ella está vestida con elegancia extemporánea, casi isabelina, es un personaje operístico y sin embargo el orgullo con el que posa sosteniendo al pequeño perrito blanco adornado con un largo listón azul, nos dice que no es un retrato real, es un capricho del artista y la modelo, una aventura que comparten con el perro.
Esta relación, la evocación de esos momentos con la presencia animal, con un ser que nos conoce más de lo que podríamos asimilar, que nos presiente y cuida es un homenaje al devenir sencillo del trabajo y la vida doméstica, dimensiona que hasta las más grandes empresas son al final tareas que se realizan con metódica humildad, sin más pretensiones que hacer de ese día un episodio armonioso.