El artista comparte con la ciencia esa necesidad por la investigación y por el riesgo de la experimentación. Dalí afirmaba que pintaba con barnices como los de Vermeer. Whistler hizo las transparencias inimitables de sus paisajes abstractos con mezclas de barnices y aceites desconocidas hasta ahora.
Para José Clemente Orozco era una preocupación existencial la vulnerabilidad del muro y trabajaba sus pigmentos para que resistieran la fuerza del clima y del tiempo. Saber usar los materiales es un aspecto técnico que permite la libertad de creación.
El artista que evade este aprendizaje crea obras que no resisten el paso del tiempo. Una obra mal terminada nos impide ver lo que el artista trató de decir porque es más evidente su falta de dominio del material.
Esto contrasta con el hecho de que los auto nombrados artistas convierten en material todo lo que no exija de un conocimiento técnico. Desde facebook hasta chicles masticados son soportes de obras o la obra misma. Pero en realidad el único material que el arte contemporáneo utiliza es la retórica.
Estas obras, para lograr valoración intelectual, hacen una tramposa manipulación de la palabra. Si la obra es encender el aire acondicionado, como en Documenta Kassel, se necesita una construcción retórica inmensa.
La retórica y la especulación como materiales para crear una obra están mal utilizadas y son cada vez más evidentes las deficiencias. Los discursos son iguales, explotan los mismos lugares comunes y términos. Llevamos un siglo de anti creación sin que estas ideas se hayan renovado.
El cansancio de los teóricos de estar dando soporte verbal a las mismas cosas los ha llevado a un callejón sin salida. Ellos llevan el peso del arte contemporáneo y esta responsabilidad los está matando. Las obras son palabras, referencias filosóficas, construcciones lingüísticas.
Es momento de que los teóricos se emancipen y exijan su derecho a ser reconocidos como los verdaderos creadores.
Es irrelevante lo que la obra sea, la no obra también se considera arte, entonces, las exposiciones deben ser mesas redondas y ponencias. Si se exige que la obra sea analizada desde su sustrato teórico ¿para qué vemos a la obra? lo que importa son las palabras, el número de citas filosóficas, las escalera teórica que la eleva hasta el cielo del arte.
La tangibilidad de la obra sobra y debe dar paso a la intangibilidad de la teoría, es inútil que haya obras, dejen de acaparar museos, y usen auditorios, salas de juntas, centros de autoayuda. La palabra no necesita de espacio físico.
La palabra necesita de un micrófono, de un pódium, de un libro. Hoy que el arte es ultra panfletario debería salirse de los museos y ubicarse en el pulcro espacio del papel. Dejen los museos para lo que hacen, los que se ensucian, los que usan con sabiduría y pasión en los materiales.