Miercoles 16 de Enero del 2013 |
6-12 / Octubre / 2012
Avelina Lésper
Arte y Dinero
Avelina Lésper

Caligrafía y arte

La invención de la palabra escrita impulsó al lenguaje y al arte. Los calígrafos se concentraron en la forma, en la precisión de las letras en libros incunables, papiros, en leyendas que acompañaban a las antiguas tintas orientales.

Los iconos rusos, las tablas del gótico europeo, estaban enmarcadas con frases trazadas en oro, que iban más allá de la ornamentación, eran parte de la obra y de su sentido sagrado.La caligrafía adquiría una presencia plástica que aportaba al lenguaje de la obra. En la serie de los Caprichos de Goya, cada estampa tiene una oración que se suma a la imagen como una fábula, como una referencia que acentúa el dramatismo o el cinismo de la situación.

Las volvía leyendas con un juicio cruel. Goya imprimía estas frases como parte de la obra, las trazaba como a un dibujo. Tienen significado pero sus formas se integran a la estética del grabado. Es un vacío en la formación artística que los estudiantes de arte no reciban clases de caligrafía. Este recurso plástico se relegó al diseño como si la escritura no pudiera integrarse al arte.

Y por otro lado existe la increíble obsesión del arte contemporáneo de creer que hacer letreros es hacer arte. Entre los rótulos y la señalización, el vacío creativo y la falta de formación plástica, estilo y lenguaje reducen a la obra a poner letreros. Barbara Kruger, con sus inmensas letras en tipografía arial o impact, realizadas con computadora, que dicen obviedades y simplezas.

Los alardes tecnológicos de Jenny Holzer que escribe mensajes, según ella sociales o poéticos, en pantallas de Leeds o los proyecta en paredes. La obra se reduce a una frase. Si sacamos esas frases de su contexto de tecnológico o de mega formato, la frase no vale, se manifiesta torpe y elemental. Podemos ver obras con letreros hechos con recortes, o a mano con evidente falta de talento, que sustentan su supuesto valor artístico en su mensaje.

El arte reducido a rótulos, a letreros y consignas, con frases que en un libro, no son ni literarias ni poéticas o emancipadoras. En otra vertiente está un vacio, también de ideas, que se tergiversa con la obsesiva realización, con una factura que, aunque impecable, no le da un valor plástico a la obra. Las páginas reproducidas de William Powhida o las de una artista que dibujó, con increíble perfección y en gran formato, las cédulas de las exposiciones de galerías de Chelsea en Nueva York.

El arte no es una manualidad, la obra no se reduce a la realización de algo, la obra tiene que aportar un significado y una presencia estética, tiene que darnos algo distinto. La reproducción exacta de la realidad material no es arte, es copia. En estas obras no hay invención.

Una pintura o un dibujo no se pueden limitar a ser letreros. Si quieren ser escritores, que hagan libros y vean si sus palabras tienen peso fuera del contexto plástico. Si quieren hacer letreros, no los llamen pintura. Un letrero no aporta una experiencia estética, diga lo que diga o este realizado con minuciosidad.

Crítica de arte; entre sus líneas de investigación están
la pintura europea y el mercado del arte.
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